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Roland Garros se sigue mojando

Pasan los años, pasan los jugadores, y la pista principal de Roland Garros sigue sin su techo. Interrupciones que provocan que partidos se aplacen hasta el día siguiente, que algunos se tengan que detener varias ocasiones. Y lo que conlleva: pérdida de ritmo por parte de los jugadores, mayor agotamiento mental, cambio de dinámicas constante en los partidos…Amigos franceses, no se lo pueden permitir. No lo permitan. Estamos en el siglo XXI.



Roland Garros se define como uno de los Grand Slam de la temporada. Lo es. De hecho, un compatriota nuestro de Manacor, un tal Rafael Nadal Parera, se ha llevado el título parisino en once ocasiones, copando las portadas de la prensa internacional. Ese peculiar público capaz de animar hasta la saciedad al jugador que va perdiendo porque tiene ganas de ver más partido. Ese olor a tierra, ese bote de la bola que levanta el polvo de arcilla. La forma de deslizar de los tenistas tratando de alcanzar una bola. El aroma que se respira en la Philippe Chatrier es incomparable a prácticamente ninguna cita más del circuito.

Pero, ¡ay dios mío cuando cae una gota! Cuando comienzan a abrirse los paraguas. Los operarios deslizan la lona que cubre a toda velocidad el espectacular escenario. Jugadores a vestuarios, decreta el juez de silla. Ahí se pierde todo. Grandes pruebas del ATP con la misma superficie –tierra batida- han incorporado la cubierta, al menos, a su pista central. Es el caso de Roma o Madrid, por ejemplo. Y otras como Australia o la inglesa prueba de Wimbledon también se han adaptado a los tiempos que corren. Roland Garros, en este caso pido que te mojes para que en el futuro no te mojes. Porque todavía, Roland Garros se sigue mojando.

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