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¡Ay, cine, qué te están haciendo!

Estaba tumbado en el sofá amarillo, el incómodo, del salón de mi casa mientras por mi mente pasaban reflexiones sobre ministros, la fugacidad de la vida, tema que siempre me ha preocupado en exceso, o Lebron James. A mi lado, en el sofá cómodo, de color verde,se encontraba sentada, por decir algo, mi hermana. La misma hermana que días atrás, y siguiendo la tozudez y cabezonería que representan la época adolescente por la que está pasando, se había empeñado en contratar Netflix.



¿El motivo?. Acaban de estrenar la segunda temporada de “13 Reasons Why”. Ella acababa de volver de viaje y, supongo, envalentonada al saber que la mayoría de sus compañeros de clase ya estarían disfrutando nuevamente de Clay y Hannah casi nos obligó a hacerlo. El caso es que, no se si porque la queremos mucho o porque realmente a nosotros también nos picaba el gusanillo de enfrentarnos, por primera vez, a la plataforma que eclipsa todo el gusto cinéfilo y seriéfilo del planeta, cedimos a su empeño y lo contratamos.

Habían pasado un par de días, el que escribe ya se había visto la segunda temporada entera en tiempo record, y mi hermana, cuyo cuerpo cada minuto tenía una figura más rara hasta llegar a ocupar posturas que creía que eran imposibles, se disponía a ver el que creo que era el quinto capítulo (ella va a clases y tiene cosas que hacer en su día a día con lo que solo había podido ver cuatro episodios).

El hecho es que una vez que el debate interno en mi mente había dado como ganador a Lebron James frente a Michael Jordan, me fijé que mi hermana tocaba mucho la pantalla de su móvil (ya me explicaras como os puede gustar ver series o películas en el móvil, estáis locos) mientras veía el capítulo así que la pregunté que qué hacía. Me salto las escenas que no me gustan, me dijo sin inmutarse como quien normaliza lo inimaginable.

Desde ese comentario, y a pesar de sus distintas reticencias y quejas por tener que hablar más de dos frases conmigo, mantuvimos una conversación que llegó, creo, a los 10 minutos. En ella me contó que era normal para ella, y sus amigos, saltarse las escenas que no aportan nada a la trama, que eran aburridas o que sencillamente en las que aparecen personajes que ella no tragaba.

Me dejó tocado esa charla en la que aprendí, y desaprendí, tanto. Osea que ahora los jóvenes ven las películas saltándose partes como práctica habitual. Entiendo que dentro de su ajetreada vida eclipsada por las redes sociales no tienen tiempo para dedicar 40 minutos al visionado de un capítulo. Ni siquiera es que lo paren 30 veces para ir contestando rápidamente a los mensajes de los crush, es que directamente se saltan escenas. De 40 minutos dejan el capítulo en 15 y lo preocupante es que creen haberlo visto, entendido y reflexionado sobre ello.

Pues mira, no. Querida hermana, y el resto de chicos y chicas jóvenes de los que yo, desgraciadamente y a pesar de mis esfuerzos por nunca dejar de serlo, yo ya no formo parte, no estáis viendo las películas, ni estáis entendiendo la trama de las series. Estáis viendo, literalmente, una obra audiovisual completamente distinta a la que el director creó. Quitarle una escena a una película (aunque a veces hasta yo mismo lo creo necesario) es quitarle parte de su esencia. Quitarle varias es directamente matarla entre terribles sufrimientos.

Por tanto, si una película o serie es lo que el espectador interpreta que es y no lo que el guionista, director y actores quieren que sea, hoy en día, y con esta práctica de recortar escenas tan extendida en el panorama juvenil, ninguna película es lo que creemos que es. Y esto es una tragedia. Una verdadera tragedia. Imagínate a ese chico de 14 años que viendo el señor de los anillos salta todas las escenas de Sam y Frodo enseñándonos todo lo que hoy en día sabemos sobre la amistad y la vida, porque son aburridas y cortan el ritmo. Ay, cine, que te están haciendo.

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